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©20CenturyFox |
La cronología puede ser la siguiente: tras presentar una película árida (y reivindicable) como Viaje a Darjeeling Wes Anderson transita por un lado luminoso con Fantástico Sr. Fox y, especialmente, con Moonrise Kingdom. Con esta última el director texano además de lograr el esperado aplauso de sus fans consiguió que una parte de sus detractores se pusieran de su lado aunque fuera de forma momentánea. Y encima consiguió que la taquilla le respondiera. Siendo un tipo listo como es Anderson no debía alejarse mucho de la senda de Moonrise Kingdom pero además no hay que olvidar de que también es un director imprevisible (aunque crean lo contrario sus detractores). El gran hotel Budapest vuelve a ser una comedia, una historia de amor (esta vez de amistad), un concierto maravilloso de Alexandre Desplat, persecuciones...y todo ello enmarcado en el colorido mundo visual de Anderson. Pero también es una película que nombra a Stefan Zweig y se enmarca en una Europa bella pero moribunda a la que sólo unos pocos nostálgicos se agarran. Porque Wes Anderson ha hecho una película divertida, hermosa pero con un leve toque (positivamente) tan mortecino como el maquillaje de Tilda Swinton. ¿Qué ha logrado Wes Anderson con esta película? Una película que tiene andares ligeros y que en realidad tiene toda la hondura y gravedad imaginable. Vamos lo que hacen los grandes maestros.
La trama de El gran hotel Budapest con un misterio que da pie a huidas constantes de los personajes hace que Wes Anderson se transforme en un nuevo Hergé y en un viejo Hitchcock. No importa que el director confesará en el último Fotogramas que no era lector de Tintín porque esta película podía pasar perfectamente como un nuevo álbum de sus aventuras. No en vano Tintin y el personaje de Tony Revolori tiene más de una semejanza (valentía, juventud...). Una vez resuelto el factor detectivesco / misterioso Anderson se encarga de potenciar la hermosa nostalgia que rezuma toda la película. Primero esta vez carga la película sobre los hombros de un único protagonista (asombroso Ralph Fiennes) único habitante de un mundo que desaparece poco a poco. Esa Europa idealizada que el propio Wes Anderson evoca muchas veces en sus películas y que muchas veces sólo existe en su cabeza. No en vano al final y en palabras del personaje de F. Murray Abraham hay una sorprendente crítica (¿autocritica?) a esa obsesión por agarrarse a una vida que ya no existe. El gran hotel Budapest es el mundo de Wes Anderson pero habiendo dado dos o tres pasos más. Su montaje, sus encuadres, sus movimientos de cámara...no sólo cada vez sirven más a la historia sino a meterse en el corazón de unos personajes como siempre singulares. Cada vez Anderson narra mejor con la cámara sin desprenderse de su capacidad para el asombro perpetuo. Uno no sabe si precisamente esta película con cierto aire de despedida puede ser un impasse en su carrera para buscar otros mundos. Esperemos que no y que el hotel Budapest siga siempre aunque tenga pocos clientes.
Lo mejor:su inventiva aventurera y la música de Alexandre Desplat
Lo peor: pensar que es más de lo mismo
Lo peor: pensar que es más de lo mismo
● El sueño de Europa (Jordi Costa | El País)
Todo en esta maqueta de alta precisión poblada de funiculares, trenes cremallera y ferrocarriles, con herencias en liza y héroes a la carrera, tiene ángel. Y genio
● Apología del cartoon (y la repostería) (Alejandro G. Calvo | Sensacine)
Anderson sigue fiel a los mismos principios narrativos que ya asentó en Academia Rushmore (1998): dictadura del plano fijo vertical, tendencia al barroquismo ornamental, rima continua de colores y sonidos, un reparto coral plagado de intérpretes de primera línea, la vindicación de la sensibilidad (¡y la educación!) como armas de reafirmación personal, el juego continuo entre el relato hablado y el estrictamente cinematográfico así como ese fetichismo endémico de objetos -la repostería centroeuropea juega un papel importante en la cinta- convertidos para la posteridad en símbolos estéticos que sirvan para definir su obra
● Cirugía emocional (Luis Martínez | El Mundo)
Se trata de enseñar la aventura existencial de sus personajes desde la meticulosa descripción de lo que les rodea y les hace ser lo que son. La idea no es otra que pintar desde fuera lo que hay dentro. Y en este juego de paisajes que emocionan, de geometrías apasionadas, tan importante es lo que se ve como lo que se esconde. Gran cine; cine perfecto
Pop up cinéfilo y troquelado Ferrándiz, EL GRAN HOTEL BUDAPEST es tan deslumbrantemente golosa visualmente como irritantemente hueca...
— Fausto Fernández (@faustianovich) marzo 21, 2014
El Gran Hotel Budapest es una película perfecta.
— Kiko Vega (@kikovegar) marzo 19, 2014
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